
Me levanté a las 6:50 para preparar el desayuno a marcos, mí marido, quien ya iba atrasado a su trabajo. Un sentimiento de ansias invadía mi mente y corazón en ese momento, pero como todos los días, aguantaba estoicamente hasta que él cerraba la puerta. Me asomaba a la ventana y lo seguía con la mirada hasta que se perdía. Rápidamente subía las escaleras y ordenaba la ropa sucia que marcos mal acostumbraba dejar tirada en el piso, luego me bañaba, buscaba la mejor ropa y rociaba en mi cuello unas cuantas gotas de ese costoso perfume que me obsequió mi marido en uno de sus viajes a santiago. Cuando estaba lista me sentaba frente a la chimenea y esperaba a José, el lechero. A la distancia sentía el galope de sus caballos y salía a recibirlo. Sin más que esperar, entrábamos a la casa y comenzaba a besarme apasionadamente. Sin temor alguno, nos acostábamos en lecho matrimonial y el acto sexual se hacía tan único que yo sentía que él era el único amor de mi vida. Pero pronto él me abandonaba para continuar con su deber, así lo llamaba él, repartir la leche por el pueblo. Al cabo de unas horas un estrepitoso ruido llamó mi atención, era Marcela, mi vecina, quien venía desesperada a darme una noticia. Entre lágrimas y sollozos me dijo: ¡Estoy embarazada! , pero lo peor fue lo que me confesó después. Estaba completamente segura que su hijo era del lechero, el mismo que unas horas antes estuvo conmigo.
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